Trump solo no puede salvar a la Argentina

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Donald Trump estrecha su mano con Javier Milei durante un encuentro reciente en Nueva York (Foto: Reuters / Al Drago / File Photo)

Cuando los argentinos voten en las elecciones de mitad de mandato el 26 de octubre, la cuestión principal es sencilla: ¿quieren estabilizar su economía de una vez por todas?

El futuro económico del país depende de si los votantes pueden reunir la voluntad política necesaria para respaldar la coalición original del presidente Javier Milei y su programa de reformas, o si dan marcha atrás y otorgan poder a los partidos de la oposición que prometen más gasto y el impago de la deuda.

La estabilidad económica siempre ha sido el sueño más esquivo de Argentina. Durante más de ocho décadas, el país ha pasado de crisis en crisis, atrapado en un ciclo de déficits, inflación y esperanzas frustradas. Los gobiernos han intentado repetidamente restablecer el orden y han fracasado una y otra vez, no por falta de esfuerzo, sino porque las reformas necesarias nunca duraron lo suficiente como para que se afianzara la confianza.

La debilidad crónica de Argentina es la indisciplina fiscal. Los políticos tienden a gastar más allá de los medios del país, emiten deuda que no pueden pagar de forma creíble, imprimen dinero para cubrir la diferencia y luego dependen (explícita o implícitamente) de la inflación y los impagos para eliminar el valor del dinero y la deuda que han emitido. El guion habitual se repite: los déficits hacen que la deuda crezca y los mercados exigen tipos de interés cada vez más altos sobre esa deuda, lo que hace que crezca aún más rápido hasta superar la capacidad de pago del Gobierno. El resultado es el pánico, la hiperinflación y el impago.

Ha habido dos grandes intentos modernos por escapar de esta trampa: ambos audaces, ambos prometedores, ambos finalmente frustrados.

A principios de la década de 1990, el presidente Carlos Menem y el ministro de Hacienda Domingo Cavallo introdujeron el Plan de Convertibilidad, que fijaba el peso a la par con el dólar estadounidense, recortaba el gasto, liberalizaba el comercio y adoptaba amplias reformas financieras. La paridad tenía por objeto impedir que el Gobierno se limitara a imprimir dinero para pagar sus déficits; en cambio, cada peso debía estar respaldado por un dólar de las reservas de divisas de Argentina. Durante un tiempo, la inflación desapareció y volvió el crecimiento.

Carlos Menem sonríe junto a Domingo Cavallo

Pero la incapacidad del Gobierno para ajustar el tipo de cambio resultó perjudicial cuando, a finales de la década de 1990, Argentina se vio afectada por varias crisis, entre ellas la apreciación del dólar y la caída de los precios agrícolas, lo que provocó una sobrevaloración del peso. Los mercados perdieron aún más confianza a medida que aumentaba el déficit de Argentina. En 2001, el sistema colapsó con el impago de la deuda, la devaluación y el caos político.

El segundo experimento comenzó en 2015, bajo la presidencia de Mauricio Macri, un empresario favorable al mercado. Evitó la rígida paridad con el dólar y dejó que el peso flotara en el mercado de divisas. En lugar de imponer medidas de austeridad, optó por recortes más graduales, con la esperanza de que el apoyo político sostenido se tradujera en una mayor credibilidad.

Los mercados aplaudieron inicialmente, pero con el tiempo consideraron que las reformas eran demasiado tibias, especialmente cuando Macri no logró reducir el déficit. En 2018, el capital comenzó a huir del país. Macri recurrió al Fondo Monetario Internacional para pedir prestado el dinero que los mercados no estaban dispuestos a prestar. Cuando las primarias de 2019 señalaron que los predecesores despilfarradores de Macri volverían al poder, la confianza del mercado se derrumbó, lo que llevó de nuevo a la crisis.

El expresidente Mauricio Macri (RS Fotos)

Cuatro años más tarde, los ciudadanos, hartos de la inflación y la recesión, votaron por el cambio en la figura de Milei, un economista libertario que se autodenomina anarcocapitalista. Cuando asumió el cargo en diciembre de 2023, se comprometió a poner fin al caos fiscal crónico de Argentina. Su programa combinaba un enorme recorte del gasto con reformas estructurales, incluidas medidas de desregulación y privatización, pero mantenía los controles sobre la capacidad de los argentinos para sacar dinero del país.

El programa de Milei inicialmente logró una recuperación sorprendentemente rápida: la inflación cayó de tres dígitos en diciembre de 2023 a alrededor del 30 % en agosto pasado. En abril, el Gobierno también obtuvo un préstamo de 20 000 millones de dólares del FMI y aprovechó la ocasión para eliminar las restricciones a la capacidad de los argentinos para comprar y vender dólares estadounidenses.

Por un momento, pareció que Argentina podría romper realmente su ciclo. El paquete de préstamos del FMI proporcionó al Gobierno de Milei unas reservas de divisas fundamentales y supuso un voto de confianza en el programa, lo que provocó una suba de los bonos argentinos que abarató los préstamos.

Pero dos recientes sacudidas políticas cambiaron el rumbo. Primero fueron las acusaciones de corrupción que involucraban a Karina Milei, hermana de Milei y asesora cercana, que sembraron dudas sobre el compromiso del presidente con una política nueva y limpia. Luego vino la derrota electoral del mes pasado en la provincia de Buenos Aires, la más grande del país. Esa combinación comenzó a sembrar dudas. ¿Podría Milei mantener su agenda si su control del poder se tambaleaba? ¿Cooperaría el Congreso con su modelo? ¿Volverían al poder sus oponentes y darían marcha atrás a sus reformas?

Javier Milei habla en la Plata, tras la dura derrota electoral que sufrió La Libertad Avanza en las elecciones de la provincia de Buenos Aires (Foto: Reuters / Tomas Cuesta / File Photo)

Esas dudas son muy importantes. En los próximos años, Argentina deberá pagar más de 45.000 millones de dólares en concepto de deuda externa, incluidos más de 15.000 millones al FMI. Para ello, debe poder obtener préstamos de los mercados de capitales mundiales a tipos de interés razonables, pero esa capacidad depende de su credibilidad. Sin ella, los mercados solo están dispuestos a prestar a tipos de interés prohibitivamente altos, lo que empuja al país hacia el mismo impago que espera evitar.

Se trata de una trampa clásica conocida por los economistas como la trampa del equilibrio múltiple: cuando los inversores se sienten optimistas, están dispuestos a prestar dinero a bajo coste, lo que hace bajar los tipos de interés y ayuda al crecimiento de la economía, al tiempo que mantiene bajo el servicio de la deuda, confirmando así sus esperanzas iniciales. Por el contrario, si se vuelven pesimistas, exigen primas de alto riesgo, lo que hace que los tipos de interés se disparen, lo que ahoga la inversión y encarece la deuda pública, justificando así su temor a una crisis.

La semana pasada, el Gobierno estadounidense se comprometió a realizar un intercambio de divisas por valor de 20.000 millones de dólares —en la práctica, un préstamo a corto plazo— con Argentina. La medida se hizo eco de la promesa realizada por Mario Draghi, entonces presidente del Banco Central Europeo, en el punto álgido de la crisis del euro en 2012, de hacer “lo que fuera necesario” para defender el euro. Sus palabras, respaldadas por un poder institucional creíble, cambiaron las expectativas de tal manera que los tipos de interés bajaron sin que se gastara un solo euro. El rescate del Gobierno de Trump fue lo más parecido a un respaldo de credibilidad al estilo Draghi que Milei, que visitó la Casa Blanca el martes, podía esperar.

Sin embargo, estos salvavidas externos solo pueden llevar a un país hasta cierto punto. Lo que importa es si este apoyo se filtrará tanto en los mercados como en la política para llevar a Argentina a un círculo virtuoso de credibilidad. Milei ha demostrado su compromiso con la disciplina fiscal y la gestión responsable de la oferta monetaria del país. En última instancia, los argentinos deben alcanzar un consenso político en torno a la idea de que la estabilidad no es un eslogan partidista, sino la base del crecimiento.

La pregunta fundamental el 26 de octubre es si se demostrarán a sí mismos y a los mercados que Argentina está lista para romper con los viejos hábitos y afianzar su futuro en un compromiso con la estabilidad, cueste lo que cueste.

*Ricardo Hausmann es profesor de economía política internacional en la Harvard Kennedy School y director del Harvard Growth Lab. Fue ministro de Planificación de Venezuela entre 1992 y 1993 y economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo entre 1994 y 2000.

© The New York Times 2025.

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