Qué factores motivan a los +50 a retomar el skate y superar prejuicios sociales

0
3

Franco Cornali y Charly Rodríguez demuestran que el skate en Rosario une generaciones y desafía prejuicios sociales.

La historia de Franco Cornali y Charly Rodríguez corre sobre las mismas ruedas que giran desde hace décadas. Ambos patinaron en su adolescencia, cuando el skate era pura intuición y libertad, y luego lo dejaron, como si la adultez los hubiera obligado a bajarse de la tabla. Pero el tiempo, a veces, devuelve lo que parecía perdido. Hoy, a los 50, volvieron a subirse, con la misma curiosidad de entonces y una conciencia distinta del cuerpo y del riesgo.

En ellos, el skate no tiene edad ni fronteras: es una pasión que atraviesa generaciones y derriba prejuicios. Desde Rosario, comparten una certeza: que la edad no frena, empuja. Que aprender y disfrutar no depende del calendario, sino de la voluntad de seguir en movimiento. El objetivo es tan genuino como los recuerdos de sus infancias: que el skate no sea un deporte marginal para transformarse en un espacio de encuentro, camaradería y crecimiento. De eso se trata volar.

Franco Cornali aún guarda en la memoria la adrenalina de los ochenta. Habla de sus primeros descensos como quien recuerda una travesura colectiva. “Nos tirábamos con mis amigos desde el Monumento a la Bandera y bajábamos hasta calle Santa Fe. Era muy arriesgado, pero a esa edad uno no mide peligros”, dice. En aquel tiempo, el skate era puro ingenio y coraje: no había parques, ni reglas, ni cascos. Solo la calle y el vértigo. Una época en la que cada rodada era una forma de aprender a caer y volver a levantarse.

El skate fomenta la camaradería y el crecimiento personal, consolidándose como una pasión que trasciende la edad.

Charly Rodríguez habla con la memoria en las manos. Cuenta que de chico no tenía skates, así que los inventaba. Desarmaba los patines viejos de su hermana, quitaba las ruedas y las atornillaba a una tabla. Así nacían sus primeros intentos de deslizarse. “Nada que ver con los skates de ahora ni con la forma de patinar, porque no había skate park. Era todo liso lo que había que andar”, recuerda.

Volver a la tabla

El reencuentro de Franco con el skate llegó a los 50, impulsado por la apertura de nuevas pistas y la posibilidad de compartir la actividad con sus hijas y un grupo diverso de amigos: “Se armó un lindo grupo, muy lindo grupo, seremos diez. A veces algunos no pueden y no aparecen, a veces vamos todos. Muy divertido. En el grupo había un chico de Brasil, otro de España que vino a vivir dos años y se enganchó con nosotros. Uno de los nuestros cuando fue a España lo fue a visitar. Una muy linda experiencia en el sentido humano”.

La experiencia de Cornali en los años ochenta revela la valentía y la improvisación en un contexto urbano sin infraestructura.

Para Rodríguez, la historia es un eco de su manera de ser: hacer con lo que se tiene, insistir en el movimiento aunque falte el terreno. Hace ya casi cuatro años, volvió a subirse a una tabla. La misma pasión, otro cuerpo. Esta vez acompañado con su hijo Felipe.

El regreso de Charly al skate no fue un simple gesto de nostalgia, sino una pulseada con el tiempo y con las voces que dudaban: “Muchos de mis amigos me decían: ‘No, dejate de jorobar, te vas a romper la cadera’. Pero yo siempre fui de impulsarme para adelante, de intentar las cosas que creía que todavía podía lograr”.

La diversidad de edades y nacionalidades en los grupos de skate en Rosario enriquece la práctica cotidiana del deporte.

Entre esos intentos apareció Paula Costales, campeona argentina y figura del skate. “Creo que Paula, al principio, no me tuvo fe. Pensó que no iba a poder volver a andar. Pero le demostré lo contrario. Y sigo arriba del skate, con la misma pasión, tratando de aprender algo nuevo cada día.”

Para Rodríguez, el skate no se enseña: se comparte. Habla de una cultura urbana donde no hay maestros ni jerarquías, sino una cadena de aprendizajes que pasa de mano en mano, de truco en truco. “La cultura del skate es siempre la misma —dice—. No tiene un profesor, sino que se transmite entre nosotros: cómo hacer los trucos, cómo armar la tabla.” En ese movimiento horizontal, la solidaridad reemplaza a la competencia, y la meta no es ganarle a otro, sino seguir rodando.

El skate, toda una comunidad

La dimensión social del skate, según Franco, es tan relevante como la deportiva, y la diversidad de edades y nacionalidades enriquece la práctica cotidiana.

Charly Rodríguez resalta la creatividad y resiliencia al fabricar sus propios skates y retomar la actividad junto a su hijo.

Sabe que alrededor del skate hay miradas que no entienden, que todavía lo asocian con la rebeldía sin rumbo o con una juventud sin límites. Pero él se encarga de desarmar ese mito. Dice que muchos creen que los skaters llevan una vida errática, distinta a la de quienes practican otros deportes. Y que, en realidad, sucede lo contrario: para progresar, para no lesionarse, hay que tener disciplina, cuidar el cuerpo, sostener una rutina. En su manera de contarlo, el skate no es desorden, es equilibrio. Una forma de aprender a caer sin perder la dirección.

Es que la esencia del skate reside en la autosuperación y el apoyo mutuo, en un ambiente donde la competencia es interna y la solidaridad prevalece.

La cultura del skate se basa en la transmisión horizontal del conocimiento y la solidaridad entre sus integrantes.

La motivación para seguir patinando, incluso después de los 50, se sostiene en la pasión compartida y la posibilidad de desconectarse de las preocupaciones cotidianas: “Lo que me motiva es que es un deporte muy sano, tiene mucha adrenalina, hacés una descarga muy grande de problemas en el trabajo, problemas en la casa, problemas de plata, lo que sea. Te abstraés de todo eso y lo único que hacés es tirarte y ir cada vez más rápido, golpearte, volverte a levantar, y estar con gente a gusto”.

Un deporte, los riesgos y el apoyo que se necesita

Charly Rodríguez mira a los más jóvenes y habla con la serenidad de quien ya cayó muchas veces. Sabe que la protección no es un obstáculo, sino una segunda piel. “Muchos chicos no usan protecciones. En las competencias se exigen, ayudan muchísimo. Te dan seguridad para probar un truco nuevo. Lo ideal es que las usen siempre, porque la protección siempre te salva”, dice.

También reclama algo más grande que un casco o una rodillera: el respaldo. “Sería muy importante que nos apoyen. No se necesita tanto. La iluminación, por ejemplo, es imprescindible. En verano muchos patinamos de noche, y sin luz te arriesgás a golpearte.”

Rodríguez subraya la importancia del uso de protecciones y el apoyo institucional, como la iluminación, para el desarrollo del skate.

Habla del skate como si hablara de sí mismo. No hay separación posible entre el hombre y la tabla. “El skate es parte de mi vida. No podría vivir sin él. Nunca me planteo dejarlo. Hasta el día que me muera voy a seguir andando. Tal vez más limitado por la edad, pero siempre con el skate debajo de los pies.” En esa frase, más que una promesa, hay una forma de vivir: seguir en movimiento.

En tanto, Franco sostiene: “El consejo más importante es que si vas a hacer algo, te vas a tirar una pista, vas a saltar, en el momento en que tuviste un uno por ciento de duda o miedo, no lo hagas. Si vas a hacer una pirueta, andá y hacela. No la pienses dos veces. Si la pirueta hay que pensar dos veces, no estás preparado para hacerla, da marcha atrás y esperá a que no te vuelva a surgir esa duda”, aseguró.

Siempre seguir

Las historias de Franco Cornali y Charly Rodríguez parecen rodar sobre el mismo asfalto, unidas por la obstinación de quienes no conciben la quietud.

En sus voces, el skate deja de ser un deporte para transformarse en una forma de estar en el mundo. No hay podios ni medallas, sino la búsqueda de equilibrio, la caída y el intento de volver a ponerse de pie.

Cornali desmitifica la imagen negativa de los skaters y destaca la importancia de un estilo de vida saludable para progresar.

Cornali habla del aprendizaje compartido, del compañerismo que se construye en las rampas. Rodríguez lleva el relato hacia la persistencia, hacia esa necesidad de no detenerse aunque el cuerpo acumule años.

Entre ambos trazan el mapa invisible de una cultura que enseña sin maestros, que abre espacio para todos y que encuentra en la tabla un punto de encuentro. El skate, dicen sin decirlo, no se practica: se vive. Es comunidad, desafío, libertad. Una manera de expandir los límites y, al mismo tiempo, de reconocerlos.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí