El renacer de Fernando Parrado: cómo el deporte marcó su vida tras sobrevivir a la Tragedia de los Andes

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Pasado y presente de Parrado

Fernando Parrado “murió” el 13 de octubre de 1972 y volvió a nacer el 22 de diciembre de ese mismo año, cuando fue rescatado después de una intensa caminata por la Cordillera de los Andes.

Su vida, insiste, empezó otra vez desde cero tras esos 72 días de supervivencia en la montaña. “Lo mío fue hace 53 años y he tenido una vida después. Los Andes quedaron atrás, el camino sigue”, dice. Las dos vidas, sin embargo, tuvieron un motor y un hilo conductor: el deporte.

Quizás antes del accidente el destino de Parrado estaba escrito sobre césped: podía haber sido un gran jugador de rugby, una figura del Old Christians Club, incluso un referente de Los Teros (selección uruguaya de rugby) y del deporte uruguayo en general. Pero la vida, brutalmente interrumpida en los Andes, le ofreció otro camino.

Desde las entrañas de la tragedia, Parrado salió distinto.

Desde el rugby en su colegio de Uruguay al automovilismo, el motocross, el boxeo y las motos de agua. Parrado encontró en el deporte no solo una forma de competir o mantenerse activo: fue una manera de sanar, de recomenzar, de conectar con los otros y consigo mismo. Porque si hay algo que une sus dos vidas (la que empezó a los diez años con una ovalada en las manos y la posterior al accidente) es esa sensación de que el deporte no fue solo una actividad: fue refugio, fue impulso, fue identidad.

“Antes del accidente de los Andes me gustaba mucho el rugby. Jugaba en el colegio desde que tenía diez años. Empecé con los curas irlandeses, como en el Cardenal Newman de Buenos Aires. Me encantaba. Era mucho mejor para el rugby que para el fútbol. Mido casi 1,90, así que era más rugbista”, recuerda en diálogo con Infobae.

“Cuando empecé quería jugar de wing, de fullback o de segundo inside, pero cuando sos chico jugás en varias posiciones. Después, cuando empecé a jugar más en serio en el intercolegial, el entrenador me dijo: ‘Vos, a la cocina, al scrum, sos segunda línea’. Así que ese fue mi puesto”, agrega sobre sus inicios. En el Old Christians Club, Parrado, Canessa, Vizintín, Pérez del Castillo y el resto de sus compañeros vivían un rugby completamente amateur, sin largas sesiones de gimnasio y con entrenamientos dos veces por semana. “Teníamos jugadores excepcionales que, si jugaran hoy, serían superestrellas. Tuvimos un buen equipo”, asegura.

La formación, con Parrado

Pero, sin imaginarlo, un viaje deportivo iba a cambiarle la vida para siempre. Fue con ese equipo que emprendieron una aventura a Chile en 1972 para disputar un partido ante el campeón local, el Old Boys Club. El vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya partió de Montevideo el 12 de octubre y, debido a las malas condiciones climáticas, se estrelló al intentar cruzar la cordillera hacia Santiago. De los 45 pasajeros, 29 sobrevivieron al impacto. 72 días después solo 16 fueron rescatados, en lo que se recuerda como una de las historias más extremas de supervivencia jamás contadas.

El rugby y sus valores estuvieron presentes desde el minuto uno. “No tengo dudas de que si hubiera sido un avión comercial, no hubiera sobrevivido nadie. Nosotros éramos un equipo, y diez minutos después de caído el avión actuamos así”, dice con convicción.

Al mismo tiempo reflexiona sobre el liderazgo, no solo en aquella tragedia, sino también en la vida. “En el accidente podés encontrar una fantástica historia de liderazgo, porque todos los líderes iban muriendo y los menos indicados terminaron liderando una de las historias más épicas de supervivencia. El carácter no se estudia, el carácter aparece por las circunstancias. No tengo la verdad sobre el liderazgo, pero si no sos líder de tu vida, es difícil que puedas liderar nada. Hay líderes en el deporte, en los negocios. Siempre hay alguien que es líder. ¿Por qué? No sé. Es así. Es una habilidad que se tiene que pulir».

Sin quererlo ni buscarlo, Parrado junto a Roberto Canessa se pusieron al frente y tomaron ese papel de líderes por un momento. Fueron ellos quienes abandonaron el campamento y caminaron durante diez días por las inmensas montañas congeladas para buscar ayuda. Esa hazaña marcó el final de una vida y el inicio de otra: la que eligió vivir.

“Después del accidente, hablé con mi padre y le dije: ‘Papá, casi muero sin intentar algo que era importante para mí. Yo quería correr en autos, vos me lo inculcaste. Ahora me doy cuenta de que tengo que hacerlo porque es un deber en mi vida’. Y me dijo: ‘Hacelo, pero acordate de que no te voy a dar un peso’”, recuerda.

El automovilismo no le era ajeno. Su padre había sido presidente y fundador de la Asociación Uruguaya de Volantes. “Yo quería correr desde que era niño. Me encantaba, pero tenía dos problemas. Primero, el miedo. Y luego, mi padre. Él conocía mucho del tema y durante mi infancia me decía: ‘¿Tú quieres correr? No hay problema, pero no me pidas dinero, no te voy a financiar ni una goma para que corras en auto. He visto fortunas dilapidadas en carreras de autos. Yo voy, te limpio el auto, te cambio las gomas, te lo cargo de combustible y ajustamos la presión. Pero plata no me pidas”.

Parrado y Jackie Stewart

La pasión por la velocidad y el mundo motor era tal que, a solo dos semanas del accidente, Fernando Parrado ya estaba pisando un circuito profesional de Fórmula 1. “Después de salir de allá (del accidente), el 14 de enero se corría el Gran Premio de Fórmula 1 en Argentina y mis amigos me dijeron: ‘Nando, vamos’, y yo les dije: ‘¿Y por qué no? Vamos’. Fui con ellos al igual que iba todos los años, pero con 45 kilos menos, la cara quemada por el sol y los labios todavía resquebrajados”.

Sin embargo, ese enero de 1973 iba a ser distinto al resto de las aperturas de Campeonatos que había presenciado anteriormente. “Fui con las mismas expectativas de siempre, a disfrutar de los rebajes de Fittipaldi y Jackie Stewart en la horquilla. Fui a disfrutar de los sonidos y la conducción de esos pilotos que supuestamente eran los mejores del mundo. Fui para eso y me encontré con que mucha gente quería hablar conmigo, verme, consultarme, hacerme preguntas».

Fue entonces, en el medio de ese bullicio, cuando su vida comenzó a tomar un giro inesperado. Los altoparlantes del autódromo lo llamaron para que se presentara en la torre de control. “Señor Nando Parrado, por favor, presentarse con las autoridades de la carrera”, se escuchó en todo el recinto.

“Cuando voy, detrás de uno de los boxes había una casa rodante. Abrieron la puerta, entro y ahí estaba Jackie Stewart. Me dijo: ‘¿Sos Nando Parrado? Qué emoción poder conocerte. Cuando me dijeron que estabas acá, dije: a este tipo lo tengo que conocer’. Después me invitó a cenar, y desde entonces somos familia. Soy padrino de sus hijos”. La relación con el tricampeón mundial de la F1 se transformó en una amistad que ya lleva más de cinco décadas.

Ese cálido encuentro con el ídolo que había tenido en posters colgados dentro de su habitación, terminó de darle el empujón que faltaba para ir en búsqueda de su sueño. El deseo por correr, que había sido aplastado por el accidente y las circunstancias en su antigua vida, volvió con fuerza.

Parrado, en versión piloto

Pero no fue fácil. La postura de su padre en cuanto a lo económico obligó a Fernando a centrarse de lleno en averiguar cómo llegar a cumplir su objetivo. Él se enfocó en eso y cambió el chip, dejando en segundo plano todo el ruido mediático que se generó por el terrible episodio que había vivido en Los Andes. “Averigüé cómo funcionaba todo y arranqué por lo más barato: las motos. Gané el Motocross de las Américas, la carrera más importante de Sudamérica en esa época”, relata con orgullo.

Sin embargo, ese fue sólo el impulso para cumplir su verdadera meta: conducir automóviles. Fue entonces que en 1974 viajó a Europa, en donde participó del prestigioso curso de Jim Russell (Jim Russell Racing Driver School) en Inglaterra. Allí ganó la carrera final y despertó interés en la Fórmula 3. “El Director de la Academia me dijo que tenía talento, que buscara patrocinadores en Sudamérica para competir”.

Con esa motivación, tras su regreso a Uruguay, Parrado comenzó a correr en Turismo y allí dio con los argentinos Juan Pablo Zampa y Chipi Breard quienes después de una charla le facilitaron los sponsors. Él, gracias a la buena relación que había forjado con personalidades del deporte automotor, logró conseguir una oportunidad única: “Yo tenía contacto con Ecclestone. Hablé con Bernie, que en ese momento estaba en Alfa Romeo y ya estábamos corriendo en Europa con un equipo oficial. Fue tocar el cielo con las manos. Corrimos 11 carreras en Europa en 1977″.

Esa gira fue otro punto de inflexión en su camino, ya que en uno de esos viajes, en Bélgica, conoció al amor de su vida, Veronique. “Son 46 años juntos, dos hijas, cuatro nietos. No sé qué hubiera hecho sin ella. Tuve la suerte de encontrarla y que se enamorara de mí. Es una mujer extraordinaria, pocas hay en el mundo como ella”, dice, aún sorprendido por lo que el destino le tenía preparado después del abismo.

Sin embargo, ese periplo por el Viejo Continente también le sirvió para darse cuenta de sus límites: “Primero, me di cuenta de que era muy buen piloto, pero también de que no era excepcional. Vi pilotos con un talento que los hace hacer cosas increíbles y pensé: ‘Si quiero hacer eso me voy a estrellar y a lastimar’, y cuando empezás a pensar así… además, ya había conocido a alguien en mi vida”, comenta sobre su relación con Veronique, dando a entender que ya no se trataba sólo de él.

“Tengo que estar muy agradecido a los autos. A mí me dieron una vida, una familia. Si no hubiera corrido en autos, no habría encontrado a mi esposa en Europa. Ha sido mi pasión, me dieron muchas cosas. Siempre quise correr en autos y pude cumplir ese objetivo después de mucho tiempo”, se sincera.

Parrado, junto a su esposa Veronique

A partir de allí, dejó de lado cualquier disciplina extrema. Ahora tenía su propia familia. Su vínculo con el deporte, sin embargo, nunca se rompió: desde un breve paso por el mundo del boxeo, coronándose campeón, hasta conquistar un título a sus 42 años en un campeonato de motos de agua. “Así es, tengo el cinturón de campeón mundial de boxeo y nunca me subí al ring”, afirma entre risas. “Me lo dio la Federación Mundial de Boxeo en una conferencia en México. El presidente de la Federación me lo entregó y me dijo: ‘Por tus atributos, de resiliencia, valor y coraje, como debe tener un boxeador, te nombramos campeón mundial de boxeo sin pegar una sola piña’. Es el cinturón que hoy guardo para mis nietos”.

En cuanto al rugby, pese a formar parte de su antigua vida, continúa manteniendo un más que grato recuerdo. “El rugby me salvó la vida. Es un deporte que no se compara con otros. Solo lo entendés si jugaste. Mis amigos de siempre son los que quedaron del colegio jugando rugby. Fue hace más de 50 años y seguimos viéndonos”.

Hoy, cuando va a ver a su nieto jugar en su antiguo club, el Old Christians, revive esa pasión. “Uno de mis sueños era verlo hacer un try y ya lo hizo. Le doy motivación: ‘Si hacés un try, tenés esto’. Lo presiono un poquito, pero bien. Lo veo esforzarse y me pone feliz”, dice entre risas.

A los 75 años, Nando Parrado no busca ser ejemplo de nada ni de nadie. Solo desea seguir disfrutando de su nueva vida. “El deporte ha sido una parte importantísima: me salvó, me dio una familia, una vida. Me dio la seguridad de intentar todo. Hacer deporte siempre me ha hecho sentir muy bien. No quiero ser ejemplo de nada, pero cuántos chicos hay que no se animan y se pierden una parte tan linda de la vida. Cada uno es dueño de su destino. Para mí, el deporte fue todo”.

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